Años hechos añicos
Quizá cumplo años hoy o quizá no,
pero esto seguro es un bar
y en la barra pido un café,
un cafelito, un cafelillo,
un café con leche, en vaso, por favor,
hasta arriba, hasta el mismo borde,
y más allá, mucho más allá, si usted pudiera.
Lo agarro con las dos manos, los pulgares arriba,
el resto de los dedos haciendo grapa bajo el platillo,
y me voy fuera hasta ese hermoso columpio
que luce brillante en esta tarde primaveral
en que cumplo años, o en que quizá no,
y lo coloco sobre el asiento, centrado,
café, platillo, cucharilla, azucarillo,
con todos sus illos,
y lo empujo levemente,
como animándolo, como reanimándolo,
lo mezo, lo acuno, lo bamboleo,
lo dejo ir,
y allí va,
¿te empujo, te columpio?
sí, te empujo, te columpio,
y pronto el café deja estelas iridiscentes
en esta tarde en que cumplo años o quizá no
y rápido y seguido todos estos illos besan la tierra,
la destrucción, el fin, la nada, el desastre,
y el liquido se derrama
y el cristal y la loza se hacen hermosos añicos,
hermosos años destruidos ante mis ojos culpables.
Debatía mi alma
entre el puro placer misantrópico,
el de mandaros a todos de una vez a tomar por culo,
y el puro amor,
el de pediros que vengáis aquí, ya, hijos, hijas, hermanos, amigas,
que os abrace fuerte entre mis extremidades de oso,
y entre esas dos purezas así me debatía,
en esa suerte, en esa danza,
en ese vaivén,
todo el tiempo me debatía
como si el cuerpo entero
me lo estuviesen comiendo pulgas en disputa,
así que volví de nuevo al bar
y con la mano levantada,
y girando el dedo en el aire,
pedí un nuevo cafelillo, otro, justo,
ni más ni menos,
como el de antes.
Y en el asiento del columpio lo coloco
y lo lanzo a su suerte, a su danza,
a su vaivén.
Y pasa la tarde y con fiereza maníaca vuelvo a por otro,
y a por otro, y a por otro más,
que ya saben cómo me gusta.
Se miran, se ríen y comentan entre ellos,
¿cuántos son ya, seis, siete cafés?
No se entretengan, ¡no se entretengan!,
creo que grito.
De vuelta en el columpio
una madre se acerca con su vástago de la mano
y algún tipo de reclamación,
mi chiflada mirada parece bastarse
para alejarla.
Por que este columpio es entero para mi cafelillo
que se bambolea espigado en el aire
antes de estallar
en el suelo sembrado de los añicos de sus compañeros,
celebrando que quizá hoy es mi cumpleaños o que quizá no,
años hechos añicos,
afilados cristales del pasado,
azucarada nada del porvenir,
y me debo de estar riendo muy fuerte,
sí, creo que me estoy riendo muy fuerte.
No tardo en volver adentro,
juraría que todos me miran,
pero a mí qué,
a mí nada,
a mi solo me interesa mi cafelillo,
venga, arreando,
que aunque tenga este
y todos los días del mundo para perderlos
no es aquí donde quiero hacerlo.
Seguramente ya me estuvieran insultando
los castizos camareros,
pero yo hacía oídos sordos,
soy campeón mundial en oídos sordos,
y ávido correteo con mi nuevo café
camino del columpio, y digo
yo te quiero, Mari Carmen,
yo os quiero, Laura, Lucía, Leire, Luisa, Lali,
podría agotar el gran libro egipcio de los muertos,
el gran libro de los nombres, la entera nomenklatura,
a todas os quiero, para todas tengo amor y pesadumbre,
lástima que todo aquello terminara,
lástima, Laurita, que todo terminara tan mal,
sí, otro café, por favor.
De vuelta en mi columpio,
con el café humeante y recién colocado,
una cría me pregunta
si quiero, si me importa, dice,
que sea ella quien lo empuje y lo columpie.
Lleno de amor por la humanidad
le digo que claro que sí, que cómo no.
Y lo hace, y la animo a que le de más fuerte,
más arriba, hasta el mismo cielo.
Pero se va a caer, me dice con la mirada,
pues que caiga, le digo con la mía.
Parece encantarle, y allí van,
al cielo van,
el café, la cuchara y el azúcar volando por los aires
hasta juntarse con la montaña
de cafés, cucharas y azúcares del suelo.
La niña sonríe, yo también.
Y allí van también mi rabia, mi tristeza, mi frustración,
mi darme con la cabeza contra las paredes,
convertidas ahora en algo gracioso, o divertido,
o en simplemente en algo,
y así procuro que las gotas que inevitablemente caen
del café que ahora mismo arrastro
formen una hermosa línea recta
-más o menos hermosa y más o menos recta-
entre el bar y el columpio,
los polos alternos del delirio que me lleva y me trae
en esta nueva y hermosa tarde de mi absurda vida.
Y coloco con delicadeza este nuevo café
donde los anteriores estuvieron y comienza el balanceo,
que se convierte pronto en agitado vaivén,
en alocado ir y venir,
en salvaje voladura,
y el aire de este día que quizá sea mi cumpleaños, o quizá no,
se llena de micropartículas doradas
de aerosol de café,
aerosol, aspersor, arcoíris de una nueva y hermosa tarde
de mi absurda vida.
¿Cuántos cafés se va a tomar caballero?
Creo escuchar,
qué tontería, yo no tomo cafés,
yo los columpio,
creo decir,
mientras chapoteo en mi charco de café,
mi lago de café con leche,
mi mar interior, mi mediterráneo,
mi océano de cafelaso.
¿Qué es la oceanografía?
Quisiera saber qué es la oceanografía
para aplicarla ahora mismo
a este, mi mar de café con leche
que se convierte en río,
en cascada salvando los escalones hasta la calle,
y entonces, en riachuelo
en busca del sumidero,
así mi vida se deshace
en esta estúpida, maravillosa, idiota y gloriosa tarde
de este día que ahora acaba,
este día en que quizá cumplo años,
o en que quizá no.