Un mojón gordote de Susana Díaz

Al principio,
cuándo y dónde quiera que esto empezase,
le pregunté a una bella chica
con la que por entonces me juntaba:
¿por qué, a cambio de qué,
te comerías un mojón gordote de Susana Díaz?

no, me dijo, no, por nada,
por absolutamente nada,
yo nunca haría eso,
no, yo nunca, jamás haría eso.
No quiso verme más, y añadió:
¿Qué clase de mente enferma,
qué clase de vida tan vacía
puede generar preguntas como esas?
Asentí
y me fui.

Con unos amigos, en una cena,
esperé a los postres.
Pregunté, ¿por qué, a cambio de qué,
os comerías un mojón gordote de Susana Díaz?

Hablaron de horror, de asco, de desagrado.
Pero vi que, al fin,
uno de ellos parecía madurar una respuesta.
Dijo, ¿pero qué clase de mente enferma podría pensar algo así?
Es peligroso llevar una vida tan vacía,
vacía de cualquier sentido,
vacía como la tuya.

Vale, vale, ya asentía y ya me iba,
cuando, sin embargo, y tras esa introducción, se retrepó en su asiento
y dijo: la paz mundial,
¿la paz mundial? preguntaron los otros.

Sí, lo haría por la paz mundial,
me comería un mojón gordote de Susana Díaz
a cambio de la paz mundial.
Su frase quedó en el aire,
y todos parecieron aprobar,
serena y fraternalmente,
sus palabras y
su innegable, mayúsculo sacrificio.

Algo nuevo me rondaba la mollera.
Hay algo más, dije:
todo el mundo sabría que lo has hecho,
creo que es importante.
Se levantó, enfadado,
y muy poco pacífico:
¡¿Qué coño estás diciendo ahora?!, gritó.

Estoy diciendo que no es lo mismo comerte
un mojón gordote de Susana Díaz
y que nadie lo sepa,
a comerte ese mismo mojón gordote de Susana Díaz,
y que todo, absolutamente todo el mundo,
lo sepa.
Que te señalen:
Sí, ese tío nos ha traído la paz mundial,
que buen tío,
pero ostia, ostia, se ha comido
un mojón gordote
de Susana Díaz.

A mí me pareció un matiz importante,
pero unánimemente, y a la de tres,
me rogaron que me fuera de allí,
y ya nunca más
me han invitado
a sus cenas.

Poco tiempo después yo y mi vacía vida
nos encontramos pegando la hebra,
con unos desconocidos, en un tren,
parecían gente abierta, curiosa y tolerante.

Les dije, perdonad que os haga una pregunta.
Y la hice.
Ostia, es que te puedes morir,
hasta morirte puedes, joder;
dijo encendido y medio molesto, uno de ellos,
una chica se reía, sin embargo,
y opinaba que seguro que la alimentación de Susana Díaz
era rica, compleja, nutritiva,
tal vez lo fueran, también,
sus heces.

Otro dijo: a mí me hace pensar
en pucheros, rotundos pucheros andaluces,
y tostadas con montañas de manteca colorá,
comida que, al amparo de los ambientes climatizados,
en los consejos del partido,
en el tintado coche oficial,
o en su mullido asiento
de la tribuna de oradores,
se irá transformando,
a través de un más que correcto recorrido
por el tracto intestinal,
en el tremendo y brillante,
ligeramente blandito, quizás, por dentro,
mojón gordote de Susana Díaz
del que veníamos hablando.

Entendí que me entendía, que se interesaba,
y que algo más en claro podríamos sacar del asunto,
pero justo el tren paraba y él se levantaba,
y se marchaba con una sonrisa,
sin aclararnos a cambio de qué,
a cambio de qué este simpático viajero
se comería un mojón gordote de Susana Díaz.

Desde el andén aún tuvo un momento
para, con un gesto, llamar mi atención,
y para mirarme con un mirada
que me señalaba, y que decía:
sí, pero qué vacía,
pero qué jodidamente vacía vida llevas,

y el tren continuó su marcha,
mientras yo hacía un gesto
de quizá, o de sin duda,
o de qué se yo,
con los hombros.

Llegué y me bajé
cuándo y dónde quiera que fuese el destino
que aquel tren llevase,
quizá ese fuese también el mío, mi destino,
y aquello no fuese si no otra nueva parada
en el inútil, estéril, y muy vacío,
camino de mi vida,

el caso es que, al poco, me vi sentado
junto a otros compañeros de mesa y de vino,
y lo pasábamos bien,
hubo mejillas coloradas, e incluso abrazos,
semillas de amistad entre compañeros de bar,
y de siempre he pensado que aquello es lo mío,
que esa es mi patria, que a nada más pertenezco,
y que ese, y no otro, ha de estar escrito,
si es que lo tengo,
como mi destino.

Así, me pareció lógico preguntar,
y conocer su opinión.

Y lo hice, y luego hubo un muy largo silencio.
Seguimos bebiendo,
hasta que uno, de cara tostada por el sol
y ojos casi transparentes,
miró hacia fuera, hacia la puerta y la claridad,
la mirada especialmente perdida,
y eso que las gentes de los bares
somos especialistas en miradas perdidas,

miraba como si su mirada cansada
mirase al universo entero.
Entonces volvió y la recogió completa, y de una vez,
de vuelta a sus ojos,
como un camaleón que recoge su lengua,
y miró entonces directamente a los míos,

me dijo,
¿sabes? los peligros de llevar una vida demasiado vacía
se manifiestan en cosas como esa.

Un poco cansado ya, le dije
sí, eso ya me lo sé,
créeme, ya lo he oído antes,
pero no es eso lo que te he preguntado,
eso ya me lo sé,
pero no es eso lo que te he preguntado.

Bebió y dijo, es verdad,
bebió un poco más, y dijo,
yo solo puedo hablarte del infierno de vida que llevo,
que no duermo, me levanto de noche,
que el día lo paso moviendo las manos,
haciendo con ellas cosas que no entiendo,
cosas que igual tienen sentido para otro,
pero desde luego no para mí,
las miro allí, abajo, y me parecen las manos de otro,
quizá haya unas manos dentro de las mías,
dirigiéndolas
como una marioneta,

miró otra vez al universo entero
y bebió, y dijo,
joder, me he hecho viejo,
y solo puedo decirte que esta,
justo esta, es mi vida,
y ¿sabes? estas, estas son mis manos,
y si hay unas manos moviéndose dentro de las mías
pues también esas son mías,
y si dentro de esas hay otras manos,
cada vez más pequeñas,
pues vale, todas y cada una de ellas son mías,
todas mías, todas son mis manos,
y ahora las voy a usar
para brindar por ello,

y dijo, qué me importa a mí
comerme una nueva mierda,
comerme un mojón gordote de Susana Díaz,
saborearé, al fin, el poder,
¿a cambio de qué?
a cambio de casi nada,
a cambio de verme las manos
y saber y creerme que son mías
que se mueven por algo,
y que soy yo quien las mueve.

Llenó nuestro vasos vacíos
con esas manos absolutamente suyas,
y, alzando el vino,
brindó:

por el mojón gordote de Susana Díaz
y todo lo que haya de traer,

y sí, allí, todos a una, compañeros de bar,
brindamos por el mojón gordote de Susana Díaz
y todo lo que haya de traer,

y a continuación dejamos nuestras miradas perderse,
por las esquinas del bar,
por las esquinas del universo entero.

Y ahora yo también brindo con vosotros,
por todas y cada una de vuestras razones
para comeros todos y cada uno
de los mojones gordotes de Susana Díaz
que en el mundo sean.

Cuándo y dónde quiera que todo esto empezara,
cuándo y dónde quiera que los trenes nos lleven,
aquí, ahora, nos encontramos,
y sí, vale, se pone uno de rodillas,
clama a los cielos,
vomita, se lava los dientes,
y vomita otra vez,
pero ahí está la vida,
ahí está uno de vuelta a la vida, a pesar de todo,
sin saber porqué, cómo o para qué,
pero ahí está uno
de vuelta en la vida.