Porque eres un muchacho excelente

Tras diez primeros años
sin que ni uno solo de sus deseos
ni remotamente, se cumpliese,

más bien todo lo contrario,

en su onceavo cumpleaños decidió
soplar las velas
y desear
justo lo contrario
de lo que realmente
deseaba.

Tampoco entonces,
tampoco así,
consiguió que ni uno solo de sus deseos,
ni remotamente, se cumpliese.

Así que tras otros diez años,
en su veintiún cumpleaños
decidió soplar las velas
y desear justo, y plena, y abiertamente,
lo que deseaba.

Qué decir,
que ni remotamente,
tampoco así, consiguió
lo que buscaba.

Una novia, entonces, le vio preocupado
y trató de ayudarlo, le dijo,
igual, cariño, es que eliges tus deseos fatal,
rematadamente mal,
igual es que los eliges muy, muy mal.

Así que decidió volver a cambiar de estrategia
con las dichosas velas,
y no desear lo que realmente deseaba,
sino que sus deseos fueron cuidadosamente pulidos,
seleccionados de entre un surtido de los sugeridos
por su novia, sus amigos, papá, mamá;
por avezados cazadores de tendencias,
y por diversos editores de revistas nacionales;
en general gentes al día,
gentes que parecían saberlo todo
sobre la correcta elección de los deseos;
un buen equipo que lo ayudaba y lo orientaba
en su elección.

Y les dio tiempo, otros diez años,
pero qué decir,
que tampoco así las cosas funcionaron,
no, más bien todo lo contrario.

Y esto es ya una vida entera soplando,
celebrando años
uno tras otro.
Cien mil velas
y todos estos deseos
de los que ya ni se acuerda,
¿que fue lo que yo quería,
qué fue lo que yo quise?

solo sabe que no se cumplieron,
ni remotamente,
jamás.

En su cuarenta y un cumpleaños
decidió,
con un oriental, desprendido y casi budista gesto,
que las velas se las apañaran,
y se apagaran solas,
solas ellas, al alcanzar, abandonadas, la tarta:

mirad, esto es todo, mirad,
así es como se apagan las velas, remolonas,
como si dudaran un instante,
sí, quizá un instante de duda,
cuando llegan a la tarta.

Naturalmente,
y eso que decidió
darles un tiempo,
diez años de velas a su aire,
tampoco, tampoco así
consiguió que sus deseos
se cumplieran.

No, ni remotamente,
tampoco así.

Pero mira, déjame que te lo diga,
ya va siendo hora de que te lo diga:
eres un muchacho excelente,
esa es la verdad,

así que asómate a la ventana
este es tu regalo,
te va a encantar lo que vas a ver,

sí, almacenes, son almacenes blancos,
en línea, hacia el horizonte, eso es lo que ves:
en uno, en el primero, están todas esas velas,
todas las velas de una vida,
en una parte apiladas todas las que, esfumadas, ya se han ido,
en otra parte bien guardadas las que están aún por venir,

son espacios grandes, limpios, bien ordenados,
mira por la ventana, si te asomas
podrás ver otros almacenes,
grandes y extrañamente familiares,

uno que guarda todo el aire que salió de tus pulmones,
otro, más allá, contiene todo el que aún habrá de salir,
ese otro todas las danzas de las pequeñas llamitas,
en aquel se almacenan todas nuestras risas,
un poco más allá, en aquel otro,
casi ni se ve, nuestras lágrimas,

en ese de allí nuestro estar juntos, en aquel otro nuestro separarnos,
nuestro celebrar, nuestro lamentar,
cada uno,
cada cosa,
en su almacén.

Eres un muchacho excelente,
esa es la verdad,
así que vente cuando quieras,
ahí están tus regalos
puedes verlos ahí, enfrente,
por la ventana, extrañamente familiares,

asómate,
porque eres un muchacho excelente y siempre lo serás.
Y siempre lo serás,
y siempre lo serás.