Matamoscas

acaban de anunciarlo oficialmente:
las moscas son ángeles
y los ángeles son moscas.

100 generaciones matando ángeles
a capirotazos
y lo acaban de anunciar:
son ellas los ángeles,
los enviados de dios,
trayendo la buena nueva
junto a las vacas,
tras el azúcar,
contra las ventanas,
o pegadas en rulos de pegamento hasta la muerte.

discutamos el sexo de las moscas,
escuchemos los zumbidos de los ángeles.
escuchemos trompetas celestiales,
discutamos miel, azúcar, y mierda.

si hubieran podido hablar
nos lo hubieran dicho a gritos:
somos nosotras los ángeles
no esos ridículos impostores mofletudos de los cuadros,
somos nosotras las de las flechas y el amor,
nosotras, posadas en los labios de los niños hambrientos,
somos los angelitos a los que tanto adoráis.
nosotras, blancas, impolutas y celestiales
somos exterminadas espachurradas aniquiladas
con vuestra pericia nacional en el uso del matamoscas
en las aburridas siestas de los veranos infinitos de España.

somos nosotras los ángeles,
los enviados,
lo acaban de anunciar oficialmente
y lleváis 100 generaciones
matándonos a capirotazos.

las moscas dicen que son ángeles,
que el paraíso es oscuro y pegajoso y eterno
como una tarde de verano llena de zumbidos.

los pintores se equivocaban:
las moscas son ángeles
y los ángeles son moscas,
acaban de anunciarlo,
y ya es oficial.


Historia de Matilde y su madre sabia

Historia de Matilde y su madre sabia.

He aquí que traigo
la historia terrible
de la triste niña Matilde,
pero también
las sabias palabras
que desesperada
su madre, al fin, un día
a su hija dedicara.

Matilde quería conservarse,
no dejar nada perdido,
ir entera hasta la muerte
y llevar todo consigo.

Todo, todo, lo guardaba
y al final de cada año,
vestida de rey mago,
a sí misma se regalaba
una colección de cofres
con regalos bien atroces:
uno lleno de pelos caídos,
otro con cera de oídos,
y toda suerte de fluidos;
uno con células muertas,
otro, en fin, lleno de mierda.

Su madre preocupada
cada poco preguntaba,
¿tanto te quieres, vida mía?
tanto, mamá, le respondía,
recogiendo las lágrimas
que por las mejillas le caían.

Todo, todo, lo guardaba
y vestida de rey mago,
a sí misma se regalaba,
al final de cada año,
una colección de cofres
con regalos bien atroces.

Su madre preocupada
cada poco preguntaba,
¿tanto te quieres, vida mía?
tanto, mamá, le respondía,
mirando con avaricia
las uñas nuevas que crecían.

Hasta aquí hemos llegado
me parece ya demasiado:
qué tremenda tontería,
le dijo su mamá un día,
si de veras quieres durar
algo tendrás que dejar:
empieza a escribir novelas
o ve y descubre un planeta
y allí en la oscura noche,
llámalo con tu nombre:
Matilde Rodríguez Ponte
brillando en el horizonte.

Si de veras quieres durar
algo tendrás que dejar.

Y también tú,
tú, que me escuchas,
si de esta canción
quisieras sacar lección,
la cosa no tiene más:
olvídate de conservar
y hazle caso a la mamá
que este consejo te da:
si la vida es un suspiro
haz que sea divertido
que la pena ha merecido
haberos a todos conocido;

la cosa no tiene más
olvídate de conservar
y hazle caso a tu mamá:
si la vida es un segundo,
un momento que interrumpo,
pues que sea bien fecundo
y más hermoso haga el mundo.

Nada me vine a llevar
todo lo vine a dar.


El futuro ya está aquí

querido papá
dime otra vez al oído
que el futuro ya está aquí
y dame capirotazos con una revista pornográfica enrollada;
mi querida mamá,
que empezaba todas y cada una de sus frases
con la expresión: "no hay nada peor que…",
querida mamá,
atleta incombustible
a la búsqueda de su propio exquisito cadáver,
pero mírala ahora,
tratando de cortarse las yemas de los dedos
con un hacha mal afilada,
y no hay nada peor que un hacha mal afilada;

no te rías de ti,
deja que sean los demás los que se rían de ti.
búscate una chica
o una familia adoptiva
o échate al mar y desaparece.

No importa cuán lejos me encuentre,
igual, de vez en cuando, se presentan,
son apariciones:
miro por la ventana y allí están.

papá me dice otra vez que el futuro ya está aquí.
y me da capirotazos con una revista pornográfica enrollada.
mamá arrastra su exquisito cadáver
y trata de cortarse las yemas de los dedos
con un hacha mal afilada.
No te rías de ti,
deja que sean los demás los que se rían de ti.
búscate una chica
con los dedos cortados
y ten con ella unos críos
a quienes decirles al oído
que el futuro ya está aquí

o simplemente
échate al mar y desaparece.


Los 100 metros en círculo

Estoy corriendo los cien metros en círculo,

estoy corriendo los cien metros en un círculo perfecto,

es como pasar el lápiz una y otra vez
sobre un cero ya escrito.

¿Dónde la línea de meta, la línea de llegada?
Hace tiempo que ni las busco ya.

Debe de ser un gran malentendido
pero mira, soy el campeón mundial
de los cien metros en círculo.

Soy el hámster girando en la rueda de la jaula
que me has preparado en tu habitación,

y hace ya rato que escuché
las llaves en tu mano y el golpe de la puerta al salir,

vete a saber dónde andarás
pero mira qué bien lo hago,

pasando el lápiz
sobre este cero ya escrito,

por que son los cien metros
todo el tiempo, sin principio ni final.

Estoy corriendo los cien metros en círculo,
estoy corriendo los cien metros en un círculo perfecto.

Pero ahora quisiera si no es mucho pedir,

tal vez correr los cien metros formando un triángulo,
o correr los cien metros formando un cuadrado,

hacer con mi camino una forma caprichosa,
inesperada y sorprendente,

quisiera ahora, ya, si no es mucho pedir,
correr los cien metros formando

una S
una A
una C
una A
una D
una M
una E

una D
una E

una A
una Q
una U
y
una Í

sacadme de aquí.


Máquina de amor y precisión

Si yo tuviera una guillotina
cortaría las tartas de cumpleaños
con un corte perfecto, clínico, certero,

si yo tuviera una guillotina
cortaría mis historias de amor
con un corte definitivo, temprano, certero.

Si yo tuviera una guillotina
si yo tuviera una guillotina
si yo tuviera una guillotina

cuantas cosas guillotinaría.

No pararía,
poca pausa y descanso habría
para mi hermosa máquina de amor y precisión.

Los sábados por la mañana la limpiaría y la engrasaría
en la puerta de casa,
junto a los vecinos
que limpian y engrasan sus coches,
me mirarían primero sorprendidos y luego asustados,
mientras el brillo de los dientes en mi sonrisa
y el de la afilada hoja de mi guillotina
rimarían como un poema
ante los dorados rayos de sol
en esta hermosa mañana de sábado.

Tus cortes de pelo, el dobladillo de los pantalones,
cortes de mangas, de tráfico, de césped, de agua,
mayonesas cortadas,
cortes de digestión en lagos y playas,
prepucios, coletas, cien gramitos de jamón de yor

y cómo olvidarme de tus bellas uñas,
no, no me olvido,
también de ellas daríamos cuenta
si yo tuviera una guillotina.

Si yo fuera un avestruz
no escondería la cabeza en un agujero,
la pondría sobre el mullido reposa cabezas,
miraría las nubes en lo alto,
la multitud expectante, enfrente,
y serena y fría, sobre mí,
la cuchilla afilada,
levemente temblorosa,
agitada por el viento.

Créeme, no escondería la cabeza,
todo pendería para mí de un hilo
si yo tuviera una guillotina.

Si yo tuviera mi guillotina,
mi hermosa máquina de amor y precisión,
la llevaría allí donde fuera,
al servicio, siempre,
de la revolución
y de tu corte de pelo.


Años hechos añicos

Quizá cumplo años hoy o quizá no,
pero esto seguro es un bar
y en la barra pido un café,
un cafelito, un cafelillo,
un café con leche, en vaso, por favor,
hasta arriba, hasta el mismo borde,
y más allá, mucho más allá, si usted pudiera.

Lo agarro con las dos manos, los pulgares arriba,
el resto de los dedos haciendo grapa bajo el platillo,
y me voy fuera hasta ese hermoso columpio
que luce brillante en esta tarde primaveral
en que cumplo años, o en que quizá no,
y lo coloco sobre el asiento, centrado,
café, platillo, cucharilla, azucarillo,
con todos sus illos,
y lo empujo levemente,
como animándolo, como reanimándolo,
lo mezo, lo acuno, lo bamboleo,
lo dejo ir,
y allí va,

¿te empujo, te columpio?
sí, te empujo, te columpio,
y pronto el café deja estelas iridiscentes
en esta tarde en que cumplo años o quizá no
y rápido y seguido todos estos illos besan la tierra,
la destrucción, el fin, la nada, el desastre,
y el liquido se derrama
y el cristal y la loza se hacen hermosos añicos,
hermosos años destruidos ante mis ojos culpables.

Debatía mi alma
entre el puro placer misantrópico,
el de mandaros a todos de una vez a tomar por culo,
y el puro amor,
el de pediros que vengáis aquí, ya, hijos, hijas, hermanos, amigas,
que os abrace fuerte entre mis extremidades de oso,

y entre esas dos purezas así me debatía,
en esa suerte, en esa danza,
en ese vaivén,
todo el tiempo me debatía
como si el cuerpo entero
me lo estuviesen comiendo pulgas en disputa,
así que volví de nuevo al bar
y con la mano levantada,
y girando el dedo en el aire,
pedí un nuevo cafelillo, otro, justo,
ni más ni menos,
como el de antes.

Y en el asiento del columpio lo coloco
y lo lanzo a su suerte, a su danza,
a su vaivén.

Y pasa la tarde y con fiereza maníaca vuelvo a por otro,
y a por otro, y a por otro más,
que ya saben cómo me gusta.
Se miran, se ríen y comentan entre ellos,
¿cuántos son ya, seis, siete cafés?
No se entretengan, ¡no se entretengan!,
creo que grito.

De vuelta en el columpio
una madre se acerca con su vástago de la mano
y algún tipo de reclamación,
mi chiflada mirada parece bastarse
para alejarla.

Por que este columpio es entero para mi cafelillo
que se bambolea espigado en el aire
antes de estallar
en el suelo sembrado de los añicos de sus compañeros,
celebrando que quizá hoy es mi cumpleaños o que quizá no,

años hechos añicos,
afilados cristales del pasado,
azucarada nada del porvenir,
y me debo de estar riendo muy fuerte,
sí, creo que me estoy riendo muy fuerte.

No tardo en volver adentro,
juraría que todos me miran,
pero a mí qué,
a mí nada,
a mi solo me interesa mi cafelillo,
venga, arreando,
que aunque tenga este
y todos los días del mundo para perderlos
no es aquí donde quiero hacerlo.

Seguramente ya me estuvieran insultando
los castizos camareros,
pero yo hacía oídos sordos,
soy campeón mundial en oídos sordos,
y ávido correteo con mi nuevo café
camino del columpio, y digo

yo te quiero, Mari Carmen,
yo os quiero, Laura, Lucía, Leire, Luisa, Lali,
podría agotar el gran libro egipcio de los muertos,
el gran libro de los nombres, la entera nomenklatura,
a todas os quiero, para todas tengo amor y pesadumbre,
lástima que todo aquello terminara,
lástima, Laurita, que todo terminara tan mal,
sí, otro café, por favor.

De vuelta en mi columpio,
con el café humeante y recién colocado,
una cría me pregunta
si quiero, si me importa, dice,
que sea ella quien lo empuje y lo columpie.

Lleno de amor por la humanidad
le digo que claro que sí, que cómo no.
Y lo hace, y la animo a que le de más fuerte,
más arriba, hasta el mismo cielo.

Pero se va a caer, me dice con la mirada,
pues que caiga, le digo con la mía.
Parece encantarle, y allí van,
al cielo van,
el café, la cuchara y el azúcar volando por los aires
hasta juntarse con la montaña
de cafés, cucharas y azúcares del suelo.
La niña sonríe, yo también.

Y allí van también mi rabia, mi tristeza, mi frustración,
mi darme con la cabeza contra las paredes,
convertidas ahora en algo gracioso, o divertido,
o en simplemente en algo,
y así procuro que las gotas que inevitablemente caen
del café que ahora mismo arrastro
formen una hermosa línea recta
-más o menos hermosa y más o menos recta-
entre el bar y el columpio,
los polos alternos del delirio que me lleva y me trae
en esta nueva y hermosa tarde de mi absurda vida.

Y coloco con delicadeza este nuevo café
donde los anteriores estuvieron y comienza el balanceo,
que se convierte pronto en agitado vaivén,
en alocado ir y venir,
en salvaje voladura,
y el aire de este día que quizá sea mi cumpleaños, o quizá no,
se llena de micropartículas doradas
de aerosol de café,
aerosol, aspersor, arcoíris de una nueva y hermosa tarde
de mi absurda vida.

¿Cuántos cafés se va a tomar caballero?
Creo escuchar,
qué tontería, yo no tomo cafés,
yo los columpio,
creo decir,
mientras chapoteo en mi charco de café,
mi lago de café con leche,
mi mar interior, mi mediterráneo,
mi océano de cafelaso.

¿Qué es la oceanografía?
Quisiera saber qué es la oceanografía
para aplicarla ahora mismo
a este, mi mar de café con leche
que se convierte en río,
en cascada salvando los escalones hasta la calle,
y entonces, en riachuelo
en busca del sumidero,

así mi vida se deshace
en esta estúpida, maravillosa, idiota y gloriosa tarde
de este día que ahora acaba,
este día en que quizá cumplo años,
o en que quizá no.


Pilas en el jardín

Pilas, más pilas.
Han aparecido ocho mil kilos de pilas
enterrados ilegalmente
en la tierra de un patio de una casa unifamiliar
en las afueras de la ciudad.

¿Cuánto pueden ocupar ocho mil kilos de pilas?
Bien, nuestros patios
hasta arriba de pilas,
tráelas, tráelas todas, aquí, al jardín.

Está bien, necesito toda esa energía.

En esta urbanización
hay 237 casas como esa, con sus 237 patios,
y allí, enterrados
en cada uno de esos patios
hay miles de kilos de pilas ilegales.

Necesitamos toda esa energía,
toda esa energía ilegal.

Nuestro suelo es radiante,
nuestra arena está podrida de fuerza y ganas.

Pilas, más pilas,
palas radiantes, caras brillantes,
chándals, zinc y carbono,
trabajos nocturnos, marcha suburbial.

Hay tardes aburridas en las que
si miras con atención
puedes ver el leve latido
en cada patio de atrás,

vamos, pon en el suelo tu mejilla
túmbate, siente el palpitar,
mira nuestros patios traseros crepitar
como burbujas en una olla.

Qué vienes a contarme,
en otras urbanizaciones
esconderéis armas de repetición,
o cuerpos mutilados,
a saber qué encontramos
si vamos ahora y excavamos
vuestros aburridos jardines.

Qué vienes a contarnos,
amamos nuestro barrio,
nuestra gente, nuestro vecindario,
nos queremos y nos adoramos
y necesitamos
toda esta energía,

toda, toda esta energía.

Pilas, más pilas,
palas radiantes, caras brillantes,
chándals, zinc y carbono,
trabajos nocturnos, marcha suburbial.

Pilas, y más pilas,

bocadillos de mantequilla para los niños,
y pilas en el jardín.


Donde los galgos

Donde los galgos.

Sweet home andalucia,
Lord, im coming home to you.

No no salgas al jardín con los niños
no salgas
que es ahí donde ahorcan a los galgos

no dejes a los niños jugar
entre los galgos muertos de esta mañana
los podridos de moscas de hace unos días
y los amojamados los galgos momias
que llevan ahí meses
como piñata que nadie ha querido

no no salgas con los niños
no los lleves con las varas
no salgas con los niños
donde los galgos muertos.


Gente sin Wikipedia

Ya cada vez quedamos menos,
menos gente sin Wikipedia,
ellos son cada vez más,
y nosotros cada vez somos menos.

Nos escondemos en cuevas,
nos vestimos con harapos,
y nos peleamos por los huesos
que esas graciosas gentes con Wikipedia

nos arrojan con deleite desde arriba.
.

Aquí no hay orden,
ni belleza, ni clase, ni tacto,

solo somos gente sin Wikipedia,
y nada despreciamos tanto
como a la gente sin Wikipedia.

Cómo odio esta horrible caverna,
sucia, oscura, maloliente, sin clase ni tacto
y con una horrible conexión a internet.

Somos los que quedamos, la escoria, el resto,
en verdad solo servimos
para adoraros como nadie más lo hará:

como monjes antiguos
repasamos y aprendemos
las líneas de vuestras hazañas,
y vuestras ejemplares vidas,
solo para eso vivimos las nuestras,
para adoraros,
para reverenciaros,
oh, hermosa gente con Wikipedia.

Cada cierto tiempo,
inopinádamente, hay alguno que hace su maleta,
y sin atreverse a mirarnos a la cara,
nos da su temblorosa mano
y se despide.
Allí va, ahí se marcha, uno más con Wikipedia,
adiós, adiós.

Y es que cada vez quedamos menos,
menos gente sin Wikipedia,
ellos son cada vez más,
y nosotros cada vez menos.


El ciclo del agua

Cuando tenía siete años una rata
me mordió en el talón de Aquiles,

pateaba horrorizado el aire
mientras el animal
se desplazaba de un lado a otro
enganchado a mí,
mordiendo desesperado,
sin soltar sus dientes
de mi pequeño y elástico cartílago.

Fiebre, miedo y meningitis,
algo enfermo debió de contagiarme,
porque lo siguiente fue que estuve en coma
durante dos meses.

En verdad fue más parecido a un punto y coma,

así es que estuve en punto y coma
durante los dos meses siguientes,

y una vez de vuelta
no reconocía a mi padre, ni a mi madre,
ni a los vecinos, ni mi casa, ni los juguetes,
tampoco a la profesora
o a mis compañeros de clase.

No reconocía nada,
pero hice como que los creía,
como que me lo creía todo,
todo aquello, hice como que me lo creía,

entre otras cosas
porque no tenía ningún otro sitio adonde ir.

Años más tarde,
mucho tiempo después,
me invitaron a tomar asiento
en una larga serie de acolchados sofás,
dentro de una igualmente larga serie de habitaciones
con temperatura contralada y estable,

me explicaron, de manera paciente y detallada,
que mi familia, y yo mismo,
éramos entidades severamente desestructuradas,
pura desestructura, un puto desastre,
mi familia y yo mismo ferozmente punto y coma,

me dijeron que era un mecanismo de defensa
y que me lo había inventado todo,

quise preguntar si lo de la rata y el coma también,
pero no dije nada,
para qué,
si en verdad sabía que mentían,

pero hice como que me lo creía todo,
todo aquello, hice como que me lo creía,
entre otras cosas
porque no tenía nada mejor que creer,

y ningún otro sitio adonde ir.

Mira por la ventana, date un paseo,
adora y besa todas esas estructuras.
Los árboles, dios mío, qué hermosas estructuras,
mírala en sus hojas, pasa por ellas tus dedos.

Mira las nubes, la lluvia, los charcos,
el calor, la evaporación, las nubes de nuevo.

El ciclo del agua.
Abrazaría su estructura
como si fuera mía,
la miraría a los ojos, la abrazaría,
y contra toda evidencia
la reclamaría como mía.

La mía era una familia desestructurada,
una familia de estructura variable,
una estructura voluble,
casi acuática,
agua dentro de agua dentro de agua,

quizá por eso mis tobillos estaban a la vista esa tarde,
estábamos en un prado
y había llovido y había charcos,

y debía ser invierno porque la yerba
era alta y tenía gotas redondas como lupas verdes,
recuerdo el roce de la yerba mojada en mis tobillos.

Hacía mucho que los pantalones
se me habían quedado chicos,
y qué decir, tampoco llevaba calcetines,
entre unos cuantos acorralamos a la rata,
y quizá por que mis tobillos estaban a la vista,
y los de los otros no,
el animal
me eligió a mí,

y casi pareció lógico, casi pareció una rima,
mi talón de Aquiles y sus dientes,

y algo debió de ir muy mal porque lo siguiente
fue un punto y coma de dos meses,
y una vez de vuelta

no reconocía a mi padre, ni a mi madre,
ni a los vecinos, ni mi casa, ni los juguetes,
tampoco a la profesora
o a mis compañeros de clase,

nada,
tampoco los sofás acolchados
ni las habitaciones con temperatura perfecta.

Pero hice como que los creía,
como que me lo creía todo,
hice como que me lo creía todo,
todo aquello, hice como que me lo creía,

entre otras cosas
porque no tenía nada mejor que creer,

y ningún otro sitio adonde ir.